viernes, 1 de agosto de 2008

Querida vecina:

Si usted me conociera, me querría. Pero como no tiene la suerte de conocerme sólo puede juzgarme en base a criterios bastante más profanos que se ven afectados (con la consiguiente alteración de la realidad que ello supone) por su síndrome de Diógenes. Si le molesta el ruido de las cañerías cuando abro el grifo del agua fría para enjuagar los platos porque se me cae la piel a tiras con la caliente, con gusto le daría el teléfono de mi casero para que le remitiera a él las protestas. Quizá a usted le haga caso y envíe a alguien a arreglarlo. Si las paredes son de papel de fumar haga usted el favor de denunciar a la constructora. Usted y yo podríamos haber sido como la Campos y Rociíto, manteniendo conversaciones insustanciales a la vera de los cordeles de la ropa. Pero no. Un buen día usted decidió empezar a golpear la pared cada vez que algo no era de su absoluto agrado y una, que es una moza formal, bajaba la voz hasta el susurro pese a estar en su casa y se pelaba las manos con el agua hirviendo por tal de no molestar al abrir el grifo de la fría.
Pero otro buen día usted se creció. No la culpo por ello. Yo también me crecería frente a quien se plegara a mi voluntad. Usted hacía y deshacía mi vida con sus golpes en la pared. Organizaba mis ritmos vitales con su mala leche hecha percusión... Pero el caso es que se creció. Y un buen día me llamó "bruja". Y eso sí que no. Por ahí no paso. Que una es servil y está dispuesta a no ver la tele y a pelarse las manos pero no tolera insultos. Sólo faltaría. Y desde entonces mi vida es un poco más divertida y creo que la suya es algo más taciturna. Tampoco la culpo. Si alguien me hubiera respondido (siempre a través de la pared, por supuesto) tal como yo lo hice con usted ese día, yo también tendría miedo. Pero de algo ha servido, pues ahora parece que las cañerías no molestan ni disgustan las conversaciones telefónicas a las 2 de la mañana. Y, ¿sabe qué? Si le molestan cumpla con sus amenazas que llegan a a mi humilde hogar apagadas por el ladrillo y llame a la policía para que nos riamos (de usted) un rato.
Lo que pudo ser y no fue... Ya nunca nos hablaremos sino a través del anoréxico muro cual Melibeas con sus enamorados.
Y, no se crea, iría a la puerta de su casa a escupirle mi desprecio y mis argumentos a la cara (por ese orden) si no fuera porque temo que me arroje o, peor, que me persiga por el pasillo arrojándome uno o varios de los 27 gatos que, en mi imaginación, habitan su hogar.
Un saludo de la vecina del 118

2 comentarios:

Gonzalo Varo Ortega dijo...

Con dos cojones bien puestos.

May dijo...

si es que te tengo que amar.. :D