Me encantan los frikis. Ea. Ya esta. Ya lo he dicho. Lo admito. Lo confieso casi con un ápice de orgullo. Esta especie me entretiene. me hacen reír. Me abochornan. Me recuerdan la teoría de la evolución y que cada cual tiene su lugar en el mundo. Me suben la moral. Me hacen sentir inteligente, responsable, digna. Hacen que mi vida anónima tenga sentido y que desaparezcan las pocas ganas que ya de por mi misma tengo de cualquier notoriedad publica.
Sigo sus carreras. Los busca si desaparecen. Pregunto por ellos a familiares y conocidos. Los imito. Hago mías sus frases y las uso en el día a día. Ese día a día que es mas reconfortante si de repente me los encuentro sin querer haciendo zapping.
Y es que adoro a la gente que intenta hacer ver a los demás que se toma en serio. Gente que se sabe inepta, sin aptitudes para nada que valga la pena intentar e indefensa pero no por ello dispuestos a renunciar a tener la vida que quieren y a que el resto del mundo lo sepa, lo vea, y se revuelva en su tumba. Hacen del minuto de gloria al que todo el mundo tiene derecho del que hablaba Warhol su modo de vida y nosotros, pobres mortales, lo permitimos y hasta aplaudimos con gusto porque cumplen una función social: que nos sintamos mejor con nosotros mismos. Que las horas de trabajo no parezcan tantas, el sueldo no parezca tan pequeño, el piso no parezca tan sucio y el fin de semana en la playa unas vacaciones en Bora Bora. Porque no somos ellos y con eso, por ahora, ya está bien.
No están todos los que son pero, sin duda, son todos los que están.