martes, 12 de febrero de 2008

Situaciones inverosímiles.

Muchas veces me sorprendo de que me pasen ciertas cosas y tener que recurrir a esa gran frase de “lo que no me pase a mí no le pasa a nadie”. Cosas como quedarme encerrada en el cuarto de baño de un hotel de 4 estrellas y tener que esperar a que el de mantenimiento venga de su casa, encontrarme la puerta de mi casa literalmente llena de mierda… Cosas así. Pero, sin duda, son las situaciones cotidianas las que más me tocan la fibra. Ojiplática me quedo. Descompuesta, petrificada. Hoy ha sido día grande. Dos historias más en mi haber personal.

SITUACIÓN A (interior de una copistería. Fila de clientes esperando ser atendidos. Dos amigas y yo las primeras. Señor setentón de chaqueta de cuadritos marrón –estas típicas de abuelo, sabéis cuales son, ¿verdad?- y tos estertórica justo detrás. La tercera en la cola una abuela –supongo… todas tienen nietos- también septuagenaria de abrigo hasta la rodilla de muletón marrón, bolso al codo y pañuelo de tela en la mano)

Dependiente: ¡siguiente!
Yo: sí, soy yo. Quería copia de esto. (Lo coge y se va hacia la máquina)
Otro dependiente: ¿quien va ahora?
El señor: pues creo que yo… Señorita… (Refiriéndose a mí que, claro, no me doy por aludida con ese apelativo) ¿Soy yo el siguiente, verdad?
Yo: si, porque nosotras venimos juntas y ya se lo diremos todo junto a este chico que me está atendiendo.
La abuela: (que entra en escena sin que nadie la llame, como hacen los abuelos de otros, los que no conoces. Tus abuelos nunca harían eso) Pero mire, aunque no fuera usted el siguiente, estas chicas le dejarían pasar a usted, ¿no es verdad, niñas?
Yo: (me acabo de quedar muerta) ¿Perdone?
La abuela: sí, que lo dejaríais pasar aunque no le tocara, porque es mayor, ¿verdad?
Yo: pues no, señora. (La mujer se queda parada y pone cara de no entender en qué parte falló su discurso) Yo le doy la razón a quien la tiene. (¿Cómo? ¿Cómo que razón? Somos mayores, ¿no es eso razón suficiente?) Si le tocara a él, como es el caso, le dejaría pasar. Si no, tendría que esperar su turno. Vamos, digo yo.
La adorable anciana se ha ido convirtiendo en Lex Luthor mientras he ido hablando. Salgo despavorida por la puerta con mis fotocopias.

SITUACIÓN B (tras un frugal desayuno en la mesita de una cafetería nos levantamos serviciales a abonar la consumición en la barra)
Yo: ¿cuánto es lo mío, por favor?
Camarera: 2’10. (Coge el dinero y se va. Vuelve con el cambio)
Yo: perdona, creo que me has cobrado de más…
Camarera: no. Son 2’48.
Yo: me acabas de decir 2’10…
Camarera: sí, pero eso es sin incluir el 10% de suplemento en mesa (Me caigo al suelo)
Yo: Eeeehh… ¿ese suplemento no es sólo para la terraza?
Camarera: no. Siempre se cobra. El servicio del camarero se cobra siempre. A no ser que estés sentado en la barra. (Lógica aplastante)
Yo: ah, claro… porque si estás sentado en la barra eres tú el que te pones el café y te tuestas el croissant. El camarero no interviene en nada. Claro.
La camarera me mira con odio y coge el dinero de otro para cobrarle su desayuno y su suplemento.
Desde luego, soy una temeraria. A quién se le ocurre razonar hoy en día. Me está bien empleado...

2 comentarios:

Javier Sánchez dijo...

Que duro tía, los suplementos que me enseñen en qué libro de precios están marcados...

May dijo...

ay querida, qué me encantas.
qué me gustaría a mí ser menos mojigata y decir unas cuantas de esas verdades a voz en grito!
tienes tanto que enseñarme.. :)
besooos!