miércoles, 6 de junio de 2007

La dolce vita

No necesito ser Anita Ekberg ni bañarme en la Fontana de Trevi. Vivo rodeada de la más pura opulencia. Me siento frente a San Juan de la Cruz a esperar a mi amiga Elena que me invita a comer a su casa. Justo detrás del banco hay un árbol frondoso pero yo estoy sentada al sol, que hoy calienta bastante, lo cual agradezco. A mi izquierda la sala Santo Domingo, con su pequeño y bucólico jardín en tres alturas. No me lo puedo creer pero estoy en el centro de una ciudad y oigo cantar a los pájaros que andan por aquí. Un poco más adelante, veo el imponente remate cuadrangular de la cúpula de los dominicos. Enfrente, detrás de San Juan, unas casitas bajas que desprenden muchas vidas pasadas dentro de sus paredes, de piedra de Villamayor, por supuesto. Como todo. Pasa un mini azul descapotable por la estrecha calzada que queda entre la estatua y las casas. A la derecha se ve limpiamente la muralla y, levantando un poco la vista, la maravillosa Catedral Nueva y su torre. Llega Elena, me levanto y nos vamos. Vivir en Salamanca es un lujo al alcance de cualquiera.

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